Durante los últimos años se han escuchado voces que nos señalan tener fuera de los contaminantes , el sol, polvo, que debemos sumar el combatir el fotoenvejecimiento cutáneo, o lo que se conoce ya como “envejecimiento digital”.
Si bien existen numerosos estudios que muestran como la luz azul penetra en las capas más profundas de la piel, produciendo, de esta forma, un daño oxidativo inmediato a través de la generación de especies de oxígeno reactivo, también conocidas como ROS (de su nombre en inglés), se necesitan más estudios para ver cuál es el alcance real a largo plazo en lo que al daño dérmico se refiere.
En este post pretendemos acercarte un poquito a los datos y estudios disponibles en relación a la luz azul y los efectos de esta en nuestro organismo.
La luz azul está por todas partes, también llamada luz de alta frecuencia o HEV (abreviación de su nombre en inglés “High Energy Visible”) es una radiación cercana a la radiación ultravioleta (UV), y que corresponde a una longitud de onda de entre aproximadamente 400nm y 500nm. Es emitida de forma natural por el sol, pero sabemos que más del 80% de la luz azul que llega a nuestro cuerpo (a través de la piel y de la retina) proviene de los espacios interiores, es decir, de nuestras casas y oficinas. Radiaciones de luz azul son constantemente emitidas por pantallas de televisión, teléfonos móviles, tablets, pantallas de ordenadores, y fuentes de luz artificial de bajo consumo o tipo LED.
Su efecto sobre nuestro organismo es totalmente necesario para regular nuestros ciclos circadianos de sueño y vigilia. La luz azul afecta directamente a nuestro estado de ánimo y a nuestro nivel de atención y bienestar. La percepción de la luz azul ocurre activando las células fotosensibles de la retina, a través de unos receptores llamados opsinas. Se ha visto que estos receptores también se encuentran en las células epidérmicas humanas. Estas radiaciones que nos llegan de dispositivos artificiales, no serían tan importantes de no ser por el tiempo de exposición que representan a lo largo del día, e incluso de parte de la noche, siendo esta sobreexposición, sin ninguna duda, clave en el efecto a largo plazo que ésta pueda tener sobre la piel. Se trata de un tipo de contaminación que forma parte del “envejecimiento 3C” (contaminación de procedencia ambiental, de la derivada de computadoras, y de la derivada de comunicaciones a través de radiaciones inalámbricas).
La radiaciones de luz azul no serían tan importantes de no ser por el tiempo de exposición que representan a lo largo del día, e incluso de parte de la noche, siendo esta sobreexposición, sin ninguna duda, clave en el efecto a largo plazo”
La luz azul afecta a la calidad del sueño, ya que actúa disminuyendo la producción de la melatonina y, a la vez, afecta negativamente en el tiempo de duración de la fase REM del sueño. De hecho, no se aconseja el uso de pantallas emisoras de luz dos horas antes de ir a dormir para que los ciclos circadianos no se vean afectados. Este tipo de radiación también afecta a la vista, induciendo un envejecimiento prematuro de esta. A este efecto global negativo sobre la salud se le conoce como Blue light hazard.
La importancia de la protección frente a la luz azul va más allá del daño que pueda ocasionar sobre la piel, se ha visto como puede provocar daño en la retina induciendo a degeneración macular y cataratas. Estos daños lamentablemente son permanentes.
A nivel celular, se ha visto como las radiaciones de luz azul en bajas dosis, inducen citotoxicidad tanto en los queratinocitos de la dermis, como en los fibroblastos de la epidermis, a la vez que reducen la capacidad antioxidante de las células dérmicas.
Más allá del efecto meramente oxidante debido al estrés oxidativo, y en consecuencia citotóxico, hay que tener en cuenta que la producción de estas especies reactivas oxigenadas (ROS) tiene una gran influencia en la creación un estado inflamatorio a nivel celular y tisular. Esta inflamación sería la consecuancia a tener más en cuenta con respecto con los posibles efectos a largo plazo. Debido a la creación de las especies reactivas oxigenadas (ROS), mediadores pro-inflamatorios (llamados citoquinas) son liberados tanto por los queratonicitos, como por los fibroblastos. Esto produce un daño funcional muy importante, tanto en las células endoteliales como en las estructuras de la matriz dérmica. Este estado pro-inflamatorio afectará, sin ninguna duda, tanto a las proteínas como a los lípidos de membrana de las células que se encuentren alrededor de la zona afectada, se iniciará una cascada inflamatoria que con el tiempo, podría suponer un problema más generalizado, dejando de ser algo meramente localizado únicamente en la piel.
En los últimos estudios llevados a cabo sobre el impacto de la luz azul en la piel, se ha visto que su capacidad de pigmentar y de provocar fotoenvejecimiento es superior incluso que el de la luz ultravioleta (UV), ya que su intensidad es mayor. El hecho de que pueda penetrar hasta las capas más internas de la piel, alcanzando incluso los tejidos subcutáneos, es lo que hay que tener en cuenta a la hora de valorar su efecto negativo, sobre todo a largo plazo.
Como hemos comentado anteriormente, el efecto directo de la luz azul es la generación de radicales libres, que agotan las existencias de anti-oxidantes naturales (como los carotenoides) y dañan el colágeno y la elastina. El problema principal es el tiempo de exposición, que durante la mayor parte de las horas del día, y que perdura a lo largo de la semana, a diferencia de la UV, cuya exposición se limita sólo a las horas diurnas (que según la estación pueden ser realmente muy pocas).
A parte de lo comentado, existe literatura que describe otros efectos derivados de la sobre-exposición a la luz azul, podemos encontrar artículos que nos hablan de daño a nivel del ADN mitocondrial, del retraso en la recuperación en la barrera epidérmica afectando a su permeabilidad, de las alteraciones producidas en las cascadas inflamatorias, de la disminución de antioxidantes y de la inmunosupresión de las células de Langerhans.
Por tanto, y como resumen, vemos que existe afectación tanto a nivel de genoma, como de proteoma, como de metaboloma celular. La consecuencia inmediata de esta afectación, es que las células pierden su capacidad funcional para llevar a cabo sus actividades metabólicas, y de esta forma surge los problemas visibles a nivel estético, como la hiperpigmentación, las arrugas y la pérdida de firmeza y elasticidad. Vemos, pues, que para mantener una piel joven y sana, es necesario encontrar un equilibrio entre la exposición y la protección frente a la luz azul. Pero no todo es negativo en lo que a luz azul se refiere. La luz azul tiene también algunos efectos beneficiosos a nivel dérmico, mejorando situaciones patológicas de la piel como el acné, la psoriasis, algunos linfomas cutáneos o las queratosis, ya que tiene una gran capacidad para reducir la proliferación y diferenciación celular.
¡Hasta la próxima!